A gatas
- PPF
- 4 feb 2018
- 1 Min. de lectura

“Nacemos
y aprendemos a distinguir
el hambre
del dolor dientes.
Nos enseñan
que es "caca"
todo lo que
nos puede hacer daño.
Y que los golpes
se curan
mágicamente
con un beso.
Crecemos
y aprendemos
a pintar sin salirnos
de la raya,
a juntar letras
para formar nuestro nombre
y a leer el primero
de unos cuantos
cuentos.
Nos inscriben
en lecciones de vida
y conseguimos
nuestros primeros
"Progresa Adecuadamente"
y también los
"Necesita Mejorar".
Y así,
vamos creciendo
y todo se complica.
Coleccionamos
éxitos
y errores
y nos dicen que busquemos
la moraleja
para los últimos.
Se nos curte la piel
con el agua de las lágrimas
más amargas
y salen las primeras grietas
por la diferencia de temperatura
de cada recuerdo hecho nuestro.
Comienzan a escasear
los golpes que se curan con besos
y empiezan a ser esos
los que nos dejan marca.
Aprendemos a nadar
entre miedos
como el cachorro que se cae
en la piscina
y activa el instinto
de supervivencia.
Y supervivimos,
los días pares
y los impares
nos conformamos
con vivir a secas,
siempre buscando
oasis
dentro del desierto
que nos alivien algo más
que la sed.
Andamos
haciendo y deshaciendo
caminos,
damos pasos en falso
y falseamos
nuestras ganas de rendirnos.
Y eso que hay días
en los que no cesan
los bombardeos.
Sabemos de la guerra,
sí,
nos hablaron de ella,
de sus víctimas
y de a qué sabe una injusticia,
pero se saltaron el capítulo
de cómo curarla.
Ese día tocaba presentar
a “egocentrismo”,
a la ley del más fuerte
y al orgullo.
Al parecer,
la trilogía perfecta
para moverse por el mundo.
Aprendimos ortografía,
gramática
y puede que hasta dialéctica,
pero se quedó pobre el ensayo
de llevar la palabra “respeto”
fuera del papel.
Nacemos
y no sabemos nada.
Crecemos
y aprendemos.
Pero pregúntate tú
si eres de los que aún va
por la vida a gatas,
confiado
por la seguridad del suelo firme,
acomodado
a vivir bajo una única perspectiva:
la tuya”.






















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